Fernando España
Este
número queremos dedicarlo
a los
que han sido y serán
los
grandes del son:
Tito
Gómez, Miguelito Cuní,
Félix
Chapottin, Arsenio Rodríguez,
Roberto
Faz y Beny Moré,
ellos
con su trabajo, han hecho posible,
la
realización de ésta modesta obra,
para
ellos: 'Son para un sonero'".
Adalberto
Álvarez
Mientras
los bogotanos celebrábamos nuestra fiesta de la música, que este año estuvo dedicada a Mozart, el genio nacido en Salzburgo, el puerto austriaco a orilla del río
Salzach, cuyo nombre, "ciudad
de la sal", proviene del impuesto que en el
siglo VIII los barqueros tributaban por el acarreo del condimento, en un lugar de la capital se reunía un combo parental para proyectar Salszburgo, con el fin de agregarle una pizca más de
sazón al ajiaco santafereño. Un sitio que evocara a Sonfonía, la otrora, emergida una noche de 1985, tras varias
lunas de sones, rones y danzones en La
Ratonera de Fabio Rubiano, y tras prestar atención al quintaesencial Son para un sonero, abriéndose entonces dentro de un sótano amurallado en ladrillos del
Chapinero "underground", sector venido
a menos a causa de una abominable troncal proyectada por un burgomaestre de corta visión.
Son
para un sonero, el verdadero inspirador de la usurpada
palabreja, es una sinfonía tropical de Adalberto Álvarez, que para el mundillo
salsómano significa tanto como la Sinfonía
número 40 en sol menor, opus 550 para el universo de radioescuchas de la HJCK, ahora en internet, haciéndose himno de los
sonfónicos, quienes, con un pie en el día por concluir, durante el ecuador nocturnal, inmediatos prolongaban el par para posarlo en la fecha por iniciar, que era programado, con precisión suiza, en el gran picó incrustado en plena pista de
baile, a "dos
metros bajo tierra", y cuya atmósfera inspiró en parte a Mario Morales
a escribir su novela post-vanguardista, exuberante en hojas humedecidas en aguas ardientes y colgantes de cuerdas atadas, como prendas en solar, a las columnas de un templo naufrago erigido al
orisha Neptuno en las aguas de la mar antillana.
Para
entonces ya se sabía de Chepe, amigo desde La Ratonera, cuando adorábamos a
Silvio, Pablo, Serrat y Buarque, cuando Olímpica Estéreo se apeaba en la capital con su dejo
Caribe, "se
metió" vociferaba un locutor suyo, para continuar calentando la urbe que el "Viejo Mike", "quillero" como la advenediza emisora, empezó, cuando existían La Gran Gaite y Mozambique, introductoras "del caos que ordena Cachao cabalgando sobre su contrabajo", en palabras de Cabrera Infante. Sonfonía retorna a un año del cierre
de Salomé Pagana, "a
César lo que es del Cesar", y a contados meses de Chepe
irse con su maravillosa selección salsera a otra parte, a un "sonterráneo" en
la calle 19, en la vecindad del Quiebra, y a tan sólo cien pasos del andén sur
donde los "boyacos" vendían
los vinilos importados en los compartimentos de los "pullman" de
Berlinas del Fonce remitidos desde Caracas. Y también regresa, por aquella inesperada lágrima que Nicolás Montero causó en la mejilla de Pilar tras evocarla en el programa Banda sonora de Caracol Radio.
Vuelve
Sonfonía en cuerpo de Salszburgo, para remontar su inconclusa crónica sobre las ruinas del Odeón que fuera Son
Salomé, para reivindicar a sus irredentos súbditos, aquellos quienes cada fin de semana se encontraban en la calle 58, abajito de la quince, para en gallada "hacerle el amor a la salsa", y a quienes los sábados se juntaban El Flaco, Salsita, Perea, Dago, Bayona, Carriazo, Vásquez y Lara, provenientes de la Emisora de la Universidad
Nacional, donde realizábamos De Rumba, parodia radiofónica que nombré Salszburgo, con la s antes de la z, "pa´
ponerle más sal" a "nuestra cosa bogotana", que en buen castellano traduce ciudad de la salsa.
Y como pregonó Pedrito, abriendo la fiesta, aquel de Los Van Van:
Y como pregonó Pedrito, abriendo la fiesta, aquel de Los Van Van:
"Si
no trajiste tus lentes oscuros
seguro
no vas a ver amanecer
y no
veras el final de esta fiesta
que
pena, revísate, regístrate..."