Fernando España
En 1970 el escritor futurista Alvin Toffler presentó al mundo su libro
Future Shock, traducido al español como El shock del futuro, en el que
planteaba como el ser humano padecería una nueva angustia debido al paso acelerado de
la humanidad de una sociedad industrial a una era superindustrial, y posteriormente
a una post-industrial. ¿La misma post-modernidad que en 1979 propusiera el filósofo Jean-François
Lyotard en su texto La condición posmoderna? Consecuencia de los continuos
cambios tecnológicos y a la sobrecarga informativa liberada por los mismo,
sometiendo al individuo, y a las comunidades, públicas y privadas, a un estrés
intenso sin entender el porqué de “tantos cambios en tan breve tiempo”.
Desde entonces, medio siglo atrás quizá, muchas cosas han pasado en el
planeta Tierra, empezando por los viajes a la luna, y continuando con los poderosos conciertos
en Nueva York que la Fania All Stars, dirigida por Johnny Pacheco, tocó en 1971
y 1973. El primero: el 26 de agosto en el Cheetah, y el segundo: el
24 de un mismo mes en el otrora Yankee Stadium. Y terminando, si es que
terminan, por la insospechada existencia de internet, y el Tributo a Fania organizado el sábado 24 del verano neoyorquino (de 2014) en el Central
Park, como programa del Festival Summerstage, por las “nuevas”
Estrellas de Fania, la Armada Fania, conformada por un elenco de DJs y remixers
encabezados por Joe Clausell, Bobbito García y Los Barones del Whisky, quienes
combinaron sus sesiones y set girando sobre los audios clásicos y las pastas
originales de Celia Cruz, Rubén Blades, Héctor Lavoe, Ismael Miranda, Ray
Barreto, Mongo Santamaría y el resto de “estrellas de carne y hueso”
de la era industrial de Fania Records, “el sello editorial que le dio a la
música latina un perfil y un orgullo que nunca había logrado en este país”, en
palabras del crítico Jim Farber del Daily News.
En un principio, los “nuevos” dueños y directivos de Fania para empalmar
las dos épocas, y celebrar los cincuenta años de lanzamiento (?) de la compañía
fundada por Pacheco y Masucci, habían previsto un “show” de puente con la
reunión de los sobrevivientes de la entrañable banda, como el propio
Pacheco, Larry Harlow e Ismael Miranda, y los Djs y mixers de quienes han
publicado sus remixes en álbumes, como África Caribe de Claussell. La
iniciativa original se frustró debido a los compromisos y horarios de los
“viejos”. “Las Estrellas no se alinean”, declaró con cierto sarcasmo Michael
Rucker, el director de mercadeo de la compañía, a Farber, periodista
perteneciente a la generación de cronistas que escriben sobre el actual Nueva
York sonoro erigido sobre las sonoridades de los setentas, recordadas por Will
Hermes en su libro Love Goes to Buildings on Fire: Five Years in New York That
Changed Music Forever, publicado en 2012.
Desde entonces, mucha agua del Rio Hudson ha pasado bajo los puentes que
unen a Manhattan con el continente, desde cuando se filmó Nuestra Cosa Latina
en el Cheetah y desde cuando “los latinos creyeron alcanzar las estrellas” en
aquel frustrado concierto en el desaparecido estadio de los Yankees, “el evento
que demostró el poder comercial y cultural de la salsa”, y que fuera
interrumpido por los espectadores, en su “gran” mayoría inmigrantes
latinoamericanos, emocionados de ver a los suyos triunfantes en el máximo
símbolo arquitectónico del deporte estadounidense, saltando las cercas, abordando
la grama, para desde allí tomarse el escenario, donde "los suyos"
tocaban bajo la batuta de Pacheco. Entonces era cuando “los músicos se
alimentaban de la energía del público", según Rucker.
Hoy, en los tiempos de la revolución EDM causada por la "nueva
ola" de los Djs, la magia es otra, y reside en la turbulencia de las
mezclas, la extracción de samplers y la reiteración de los bits, y todo un
montaje audiovisual, tanto adelante del pinchadiscos como a sus espaldas. Consecuente, la Nueva Fania, sabedora que la industria sonora en
absoluto se puede reducir a lo digital y el botoneo, se ha hecho a bandas como
la californiana Boogaloo Assassins, confirmándose que hasta La bogotana
33 es prospecto sobre los escritorios de Código Music, propietaria de la marca,
con el fin de anexarla a Fania. Un catálogo supuestamente fundamentado en las
ideas de Arsenio Rodríguez, el formidable músico cubano que un sector de la
salsa estima como “el padre de la salsa”.
Sugerencia paternal, la atribución a Arsenio, que ante el “cuestionamiento de todo” que la postmodernidad propone, podría ser hasta reconsiderada, insinuando que hasta un insospechado
Thomas Alva Edison podría serlo. Si, el inventor, quién contribuyó a darle a la humanidad
los matices tecnológicos que hoy goza, pese al fracaso de la modernidad, a juicio de los discípulos de Lyotard, en su intento por lograr la
emancipación de los seres humanos. Sin embargo, ¿que hubiese sido de nosotros, los salseros,
perdonen el reduccionismo, sin la electricidad, el fonógrafo, la música grabada
o el cine? El son sería aún montuno oriental, Échale salsita nunca hubiera sido
grabado, Fania nunca hubiera sido creada, Nuestra Cosa Latina en absoluto
hubiese sido rodada y Lavoe sería un perfecto desconocido. Conjetura que
por ahora, permítanme anunciarles, será materia de un libro próximo a publicar.
Aún así, y pese a todo, pareciera éste artículo como pasado de moda de
cara a la avalancha diaria de información que internet provee, sin embargo esto
apenas está comenzando. A un año del Armada Fania at Summerstage a Dj Tribute
To Fania, quizá sea muy temprano para echar voladores y elevar cometas. En verdad, no hay nada que
celebrar, pero nuevos tiempos soplan. O ¿acaso no escribimos a borbotones sobre
hechos sonoros sucedidos hace más de medio siglo, suponiéndose que la Tierra se
hubiese detenido y que "todo tiempo pasado fue mejor"?
La percepción del tiempo es también sustancia de la angustia
existencial, el shock eterno.
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