EL BLOG DE LA MA´TEODORA

Media de lecturas, audios y enlaces a la salsa, el jazz latino, las músicas nuestras y a formas futuras, en tributo a la mítica Teodora Ginés, tañedora de bandola, nacida en el siglo XVI en Santiago de los Caballeros, hoy República Dominicana, en "el cuadrante del son", a quien Alejo Carpentier le atribuyó la escritura del primer son: El Son de la Ma´Teodora.

jueves, 19 de noviembre de 2015

LA SALSA QUE VOS MATAIS, GOZA DE BUENA SALUD

Tributo a los treinta años de Latinaestéreo

Fernando España


En el barrio hay,
tres días de carnaval…

Johnny Pacheco

   Me han convocado, coincidiendo con los treinta años de la fundación de la emisora Latinastéreo de Medellín, al “Gran plantón, no a la exclusión de la salsa en Bogotá”, organizado, al parecer, por quienes desde la radio comercial salsera bogotana "paradójicamente" han excluido a la “salsa” (el son, la salsa misma, el jazz latino y la música cubana) para dar oportunidades y beneficios a “placebos de apariencia salsera”, en detrimento del desarrollo de una cultura y un fenómeno complejos, atravesado por un “género de géneros” tan complejo como él mismo.

   Luego de una breve reflexión, que más que efímera fue inmediata, he manifestado que en mi agenda no aparecerá mi asistencia a la convocatoria. Aprovecho la coyuntura para exponer, las razones de la negativa respaldada por una observancia histórica, y una posición crítica también de vieja data, y reforzada por el transcurrir del tiempo, al notar que el liderazgo que la radio comercial salsera debió asumir fue contrario en todo, para no decir que contraproducente, banalizando un fenómeno socio cultural que desde su gestación, en Cuba o Nueva York, o donde haya sido, superó la mera dimensión discográfica, instancia donde la radio comercial salsera se estancó, impotente, sin superar y entender que la salsa está “más allá de poner discos, invitar a la rumba, tomar aguardiente y ganarse unos pesos con ella”. Esta introversión en absoluta es mía, la exteriorizan investigadores del fenómeno en el planeta y reside en el espíritu mismo de una música que es más que “sólo música para oír y bailar”, empezando por las declaraciones de la máxima personalidad e icono más relevante de la misma, Rubén Blades, quién en junio del 2000 expresó: “Algunos piensan que la música no es más que un entretenimiento. Yo creo que también es una manera de comunicar ideas, de enfrentarnos a nuestros errores colectivos y/o individuales, de documentar nuestras acciones y esperanzas, y de presentar posibilidades de cambio”. 

   Estimo, dada nuevamente la coyuntura de cierre de un dial “salsero”, que es el momento de declarar en público como agente salsero “bogotano”: discjockey, socio de establecimientos de baile, programador y realizador radiofónico, productor de eventos, manejador de agrupaciones, co-fundador de emisora, bloguero, cronista, conferencista y miembro de la mesa de trabajo donde se proyectó el Festival Salsa al Parque, el certamen salsero más importante de la ciudad, mi pensamiento sobre la radio comercial salsera bogotana, de la que siempre expectante espere mucho, dado su poder de convocatoria, respaldo económico y pertenencia a cadenas de radiodifusión generadoras de opinión. Pero en especial, me manifiesto por ser uno más del numeroso público salsero existente en la ciudad, inconforme no sólo con el reduccionismo al que la radio comercial salsera sometió a la salsa negándola como fenómeno social y cultural, estético y sonoro, sino en la manera despectiva que trató a la música misma, haciendo gala de una desinformación, por no decir ignorancia, imperdonable en plena era de internet, siendo testigo, como cientos de salseros capitalinos de la abundante producción salsera -de todas las calidades- que circula desde hace más de una década en ella, mostrando que la salsa está viva, gracias no sólo a los músicos sino al masivo público inconforme que ha encontrado en el sector independiente, que iguala o quizá supera a la multimillonaria industria del entretenimiento discográfico -como lo corrobora Cali-, la respuesta a las necesidades vitalistas que la salsa (el son, la salsa misma, el jazz latino y la música cubana) suple y nos identifica.     

   En consecuencia, y por ahora, citaré tres razones que estimo sustanciales para no solidarizarme con el plantón:

   La primera, repito, por la manera como la radio comercial salsera bogotana históricamente ha excluido de sus programaciones, y programas, a la salsa distinta a la promocionada por las multinacionales disqueras, especial a la distribuida por Sony Music, sacrificando, o enviando al ostracismo, al sector independiente, cuya circulación en internet es más que evidente, siendo el ámbito donde afortunadamente “los salseros” hemos sabido de la existencia de “buena música” sin necesidad de recurrir a las "altas audiencias". Dudo que los directivos y programadores de la radio comercial en absoluto se hayan enterado de la calidad expresiva y/o técnica de la salsa que circula en la “red mundial de información” para no incluirla con "berraquera", imaginación y solidaridad en las programaciones de las emisoras que “dirigen”. La sinrazón, como el sector independiente no paga cuota, ni invita a almuerzos, pues no se incluye, así dé “raiting”, que es la urgencia que siempre se aduce.

   La segunda es por aquella entelequia que hace carrera en directivos y programadores, quienes como “loros” reproducen un prejuicio que de tanto repetirlo se hizo verdad revelada, absoluta e irrefutable. Aquella entelequia que repiten “a boca llena” sin detenerse a pensar que tan cierta puede ser: “está canción no es comercial, por lo tanto no podemos programarla”. ¡Hábrase escuchado algo más idiota! (Olvidan aquel episodio archiconocido de Blades con Pedro Navaja, el disco más vendido en la historia de la salsa, entre muchos otros casos, como lo sucedido con La Pantera Mambo, el mayor éxito de la salsa  bogotana, impuesto por la radio universitaria). Y lo peor, cuando apenas han escuchado treinta segundos de una obra que dura aproximadamente cuatro minutos. Hay que ver la soberbia con la que se sentencia “sirve", "no sirve”. Claro que cuando está entelequia llega como objetivo de una multinacional discográfica en absoluto se duda: “Se pone sin ser escuchado, sin problema alguno, intermediando almuerzo”. Lo que sirve, lo comercial, al parecer, es la salsa monga, dada la programación que se escucha, ignorando, repito, a la salsa como fenómeno social, cultural, histórico, identitario, artístico y musical, e irrespetando a las audiencias en el libre derecho a ser informada y ser satisfacida en concordancia con la cultura, la historia y la sociedad. Una vez más, pienso que “aquello ‘de lo comercial’ como ‘lo del raiting’ es un embuste, ya que lo que importa es el billete inmediato, dé o no ‘raiting’, o ¿cómo se explica que pese a haberse programado toda la salsa comercial diseñada por las multinacionales hayan fracasado más de tres emisoras comerciales salseras en Bogotá?”. Por demás, urge saber ¿cuál ley de comunicaciones colombiana dicta que la radio criolla debe estar al servicio de las multinacionales del disco y no de sus artistas y ciudadanos?

   La tercera, es la forma como con altanera arrogancia también los directivos de las cadenas radiales a las que pertenecen las emisoras comerciales salseras, excluyen de la dirección y asesoría a quienes realmente se han tomado la molestia gozosa de oír, estudiar, investigar, coleccionar, pensar y escribir sobre la salsa, el son, el jazz latino y la música cubana de ayer a hoy. Un medio de comunicación  serio, responsable y consecuente en absoluto desprecia a los mejores hombres de una sociedad en cualquier tema, y menos en una época cuando la humanidad estima y urge de quienes con talento edifican la llamada “sociedad del conocimiento”.  Los grandes medios en el mundo -como un ejercicio del conocimiento y la información, así como las empresas para un mejor rendimiento de sus inversiones-, cuentan con juntas directivas, consejos editoriales y/o comités asesores para diseñar políticas, trazar contenidos y proyectar metas económicas y comerciales. Un ejemplo que debería estudiarse es el modo como Latinastéreo en consenso, desde su fundación en 1985, tiene constituido un comité creativo que semanalmente se reúne para estudiar y evaluar las obras que rotan y rotaran en su programación, un ejercicio que le ha valido, no sólo sostenerse durante treinta años, sino mantenerse entre las quince más escuchadas de Medellín (de las treinta y dos existentes en FM), una ciudad habitada por dos millones de personas. La capital colombiana potencialmente, estimados sus ocho millones de pobladores, y con una diversidad étnico-cultural que supera con amplitud a la capital antioqueña, con seguridad daría para tener, mínimo, dos emisoras de salsa, bien manejadas y bien programadas, proyectadas en el concepto de barrio y su gente: alma de la salsa, “target” de la producción salsera y objetivo privilegiada de la emisora nacida en Envigado. ¡Es el desafío con tanta salsa buena y dura que se ha publicado desde los noventa a hoy! Bien lo dijo Blades, y lo enfatizo: “Mi música trata sobre la ciudad, sobre la gente, sobre lo que hacemos y lo que no hacemos, y sobre lo que yo espero que podamos hacer juntos por una sociedad sea más justa y un mundo mejor”.

   Para la radio comercial bogotana tan engreída como autosuficiente, la salsa es música para borrachos, despechados y “sentimentalistas”, dejando la dirección y programación a personas con “bonita voz”, “personalidad festiva” y ponedores de discos. Discúlpenme, pero basta escuchar sus animaciones y “comentarios” para notar su supina ignorancia y alborotada conceptualización en materia salsera. En verdad, es incomprensible la forma como se excluye a personas como César Pagano, (José Arteaga), Mario Jursich, Sandro Romero Rey, Manuel Rodríguez, (Luis Viñas), Ángel Perea, Juan Martín Fierro, Mario Morales, Jorge A. Sánchez, Carlos Molano, (Gary Domínguez), Ismael Carreño, Rubén Toledo, Jaime Rodríguez, Jaime Velásquez, Jeannette Riveros, Bertha Quintero, Marcela Garzón Joya, Alexandra Colorado, Jaime Andrés Monsalve, Danny Rosales, German Villareal, Guillermo Segovia, (Diego Andrés Aranda), Carlos Aranzazu, Juan Pablo Varela, Jorge Villate, José “Chepe” García”, Boris Aguancha, Petrit Baquero, Guido Granadillo, Juan Carlos Escobar, Antonio Cruz, Manuel Durango, Enrique Sánchez, Rubén Darío Tafur, James Ortega, Javier Egas, Carlos Alberto Menjura, Yeisón Puentes … Y hasta los mismos Omar Antonio, Jota Fernando Quintero y Álvaro Quintero, sometidos a las políticas caprichosas y codiciosas de los propietarios y directivos de unas emisoras que ingresan a la historia de la radio salsera “sin pena ni gloria” en comparación a Latinastéreo -pese a los altibajos en su sostenibilidad económica y comercial, que superan con unidades de negocio: pauta, “merchandising”, eventos, producciones discográficas y alianzas-. En realidad, sino hubiera sido por las estaciones culturales, los programas especializados -como la tarde sabatina de U.N. Radio- e internet, donde sobresalen los inquietos blogueros caleños -Dj El Chino y Dj Hecu Ordoñez-, repetiríamos como “loros mojados” que “la salsa en todo tiempo pasado fue mejor”, consecuencia de tanta salsa "monga, refrita y romanticoide" promocionada por la radio comercial en sus horarios “prime time”.

   Y este es sólo un grupo reducido de personas con acumulado salsero, de las muchas que residen o con  influencia en la capital que bien podrían integrar un comité asesor, o varios en distintas emisoras, reuniéndose cada mes para aportar temas clásicos, éxitos recurrentes y novedades discográficas, y junto a los ejecutivos evaluar comentarios, críticas, encuestas, cifras, investigaciones de mercado y estadísticas con el objetivo de dar desarrollo, sostenibilidad y rentabilidad a la inversión radiofónica en una plaza curiosa, sensible y con tradición como Bogotá, que siempre copa los recintos donde se presentan artistas “duros” de la salsa, el son, el jazz latino y la música cubana no programados, ni promocionados sin pauta por la radio comercial salsera, la única responsable de su desaparición del dial, así como es la única responsable de la desinformación y el envejecimiento salsero que padece un altísimo sector de las audiencias de las músicas tropicales que padece Bogotá.

   Cuanto me hubiera gustado acompañar el plantón en otras circunstancias, pero la radio comercial salsera se quedó corta, "ni fú ni fá", de cara a la responsabilidad cultural, social, musical, formativa y de entretenimiento  que los salseros bogotanos le conferimos, uniéndome con envidia sana al jubileo treinta de Latinastéreo, una emisora ya de culto, que bien quisiéramos los "bogotanos". Para clausurar esta reflexión en voz alta, digamos que la operación de las emisoras en Colombia es mayoritariamente privada, efecto de la concesión estatal, pero el espectro electromagnético por donde transitan los mensajes sonoros es propiedad de todos los ciudadanos, por lo tanto las emisoras están obligadas a ser responsables en sus contenidos, sean sociales y/o culturales. 



   Postdata: Agradecimiento a Julio Restrepo Molina, ex director de Latinastéreo, por su aporte a esta reflexión.

miércoles, 11 de noviembre de 2015

¿Y QUIEN CARAJOS ES MICK JAGGER?

Fernando España



Qué nadie sepa tu nombre
y que nadie amparo te dé…

Andrés Caicedo

Revelan las rojas lenguas, como la diseñada por John Pascher en 1971 para el álbum “Sticky Fingers”, cuya portada para los Stones compuso Andy Warhol, qué Mick Jagger tiene su corazoncito “salsero”, como lo tenía Marlon Brando, quien adonde quiera que iba, entre su equipaje, introducía su bongó, como el descubierto por Edgar García Ochoa, Flash, entre las manos y piernas del actor más famoso del mundo durante el rodaje de Quemada, tras treparse de cuatro a cinco días por semana al techo de la casa vecina a donde residía con la misión de redactar una crónica “íntima” para el Diario de la Costa, ya que su vida era todo un misterio en Cartagena, “se la pasaba tocando bongoes” así como fumando marihuana, acompañado por “una persona idéntica a él y quién hacía las veces de doble. Casi siempre salía de la residencia el otro y no el actor, y luego, al rato, salía él”.

O como explicarse que en el himno stoniano, “Sympathy for the Devil”, el mismo sobre el que se rumora que Ray Barreto tocó las congas en la versión original, Jagger se suelta, de vez en cuando, a tocar las indianas maracas pese a sus limitadas habilidades para “tañer los cueros”, iguales a las que utiliza en el vídeo de Hey Negrita, disfrazado, todo verde, de la cabeza a los pies, con el atuendo de guarachero que Hollywood, en tiempos de Carmen Miranda, adaptara del carnaval carioca y la rumba flamenca, de la que Jagger es admirador, en particular de Camarón de la Isla, a quien “una vez se le apareció  por el hotel en el que se hospedaba con la intención de cambiar sus calzoncillos para que se le pegara algo”, en palabras de Manuel Bohórquez Casado extractadas de su libro “A palo seco, veinte años de crítica flamenca”. Según Sandro Romero Rey, conocedor como ninguno otro de la obra de los Stones, “Barreto y Jagger tocan juntos en el corte final de la cara A del álbum ‘Metamorphosis’”. Para Ned Sublette, autor de  “The Kingsmen and The Chachachá”, la inclusión de las congas así como del percusionista ghanés Rocky Dijon en la estructura de “Sympathy for the Devil” fue determinante, pues “dio vida a un canto en principio fúnebre, y por lo tanto aburrido”.

Y también como entender, desde luego, aquellas visitas que Jagger efectúa a bares “salseros” en ciudades “salseras”. Una rutina que por ahora, faltando datos de otros municipios como de establecimientos nocturnos, se remonta a los martes latinos del Soundscape, una inmensa bodega con la música de vanguardia que existió en  Nueva York, en donde durante casi tres años, empezando los ochenta, los hermanos González, Andy y Jerry, lideraron sus descargas en las que alternaban los más grandes del jazz latino, empezando por Tito Puente, Paquito D´Rivera y Arturo Sandoval, y finalizando con Celia Cruz y Chick Corea, según revelación de Jerry en entrevista publicada en junio de 2001 por Michel Rolland para los Cuadernos del Jazz, y de acuerdo también con la información aleatoria que navega en internet. Por cierto, allí, en Soundscape, se materializó aquel álbum, ya clásico, “Ya yo me curé”, con el que Jerry nos impresionó en 1979. Y fue allí, según el propio González donde visualizó a su Fort Apache Band, además de conceptualizar aquellas dos maravillosas producciones: “The River is Deep” de 1982 y “Obatalá” de 1988, grabadas durante los festivales de Berlín y Zurich respectivamente, que reviven aquellas noches del Jagger hechizado por la magia de tanto monstruo de la música en aquel Nueva York de edificios en llamas, ya separado de Bianca, su esposa nicaragüense, la ex modelo quizá responsable de su aproximación a la música latina.

O como aquella visita que Jagger en el año 2000, estando en Cartagena de Indias, efectuó a Quiebra Canto, la “salsoteca” cuyo origen se halla en el bogotano barrio Las Aguas, en un local de una casucha, otrora tienda ubicada al costado izquierdo de la estatua de La Pola, activista en su tiempo por los derechos humanos como ahora Bianca lo es, donde entre añejos sones cubanos que nunca pasaran de moda y novísimas trovas entonadas por Silvio y Pablo, y cuando la salsa neoyorquina incendiaba la noche, el pinchadiscos caleño soltaba “Satisfacción”, anunciando que los Stones también tendrían un lugar en la rumba salsera “quiebracantera”, y presagiando que algún día el Caballero de la Corona Británica sería una de las celebridades que pisarían la prestigiosa marca. Como aquella madrugada de aquel lunes de enero del 2000, adonde arribó acompañado de Enrique Santos Calderón, el hermano del presidente, una de los pocas personas que sabían quien era aquel anciano registrado en el hotel Santa Clara con el nombre de un árbol hermosamente florido propio del trópico, pero a su vez titulo de una fundación inglesa que atiende infancia africana desamparada, así como nomina al festival creado por el irreverente John Cage, y como si fuera poco fuera el aviso en la puerta de la taberna en Liverpool que catapultó a Los Beatles. ¡Polisemia a la enésima potencia!

Jagger como John Jacaranda, sin aún saberse a plenitud que era el mismísimo Jagger, arribó al Quiebra bajo un sombrero claro y una camisa hawaiana, luego de escuchar al grupo de son que animó su cena en el Vitrola Bistro Bar, colegas a quienes escuchó y observó con respetuosa y admirable atención desde el compás inicial, girando su asiento para jamás darles la espalda. Cenada la comitiva, salió cuando aún transcurrían las primeras horas de la noche a Tu Candela, pero Sir Michael Phillip Jagger no estaba para escuchar “música internacional” como la ofrecida por la discoteca del Portal de los Dulces, quería escuchar salsa, conducta que semejante exteriorizaría en La Habana en octubre de 2015, cuando abandonó el Shangri La, el restaurante discoteca asistido por los hijos de los nuevos ricos del socialismo cubano, los descendientes de los burócratas custodiados por agentes de la seguridad estatal que merodean el sector, para dirigirse hacia un lugar donde disfrutar de la nueva música cubana, enrumbándose al oeste a un salón animado por Bamboleo, una de las bandas líderes de la escena timbera. En verdad Su  Divina Majestad quería escuchar salsa auténtica, esas descargas infinitas como las programadas por Shaka y Mañe en el sitio de Manosalva, quien por encontrarse paseando por Italia no pudo conocer en su bar a Jagger, como tampoco Matallana, el administrador del Quiebra bogotano, encargado entonces del local cartagenero estando residenciado en el piso superior, hasta donde ascendió su hija a contarle quien se encontraba abajo, pero Ismael, incrédulo, suponiendo que era una broma de Diana prefirió continuar acostado. Entretanto Jagger, creyendo todavía que presencia era anónima, vestía las mismas prendas con las que algunos transeúntes en la tarde lo habían desenmascarado caminando las amuralladas calles acompañado por una mujer rubia, seguido con discreción por un guardaespaldas que transitaba lento, siendo escoltados a una velocidad ídem por un Mercedes Benz verde.

- ¡Viste ese tipo, se parece a Mick Jagger!, exclamó más de un turista.

“¡Aquí hay gato encerrado!” se dijo Ensuncho de la Bárcena, escriviviente de la crónica “Yo vi a Mick en Cartagena”, hallándose casualmente en el pasillo del hotel aquel día del arribo de Jagger y siendo testigo a su vez de una agitación fuera de lo común que lo puso avizor. El causante era un anciano blanco con aspecto europeo, hippie y juvenil, extremadamente delgado, quien vestía camisa desteñida de mezclilla roja, morral de espalda agarrado por la mano derecha, jean negro y sandalias, y quien era recibido por una avanzada del personal administrativo y de servicios del hotel encabezada por el gerente. “¡Qué tipo tan arrugado!” pensó. “¡Este señor se me hace muy conocido! ¿Acaso no es Mick Jagger?” Tuvo tiempo hasta para evocar a Caicedo, el caleño que reinventó su ciudad. “¿Qué hace aquí? ¡Si aquí bajaron a gritos a Fito Páez para pedir que subiera Diomedes Díaz!”. Entonces Ensuncho, tras observar todo el protocolo se dirigió a la recepción para preguntar con toda discreción al conserje, “¿Ese que acaba de llegar es Mick Jagger?”. “¡Si, es el señor Jagger, todos estábamos a la espera!”, le contestó olvidando el falso registro. 

¿Cómo esperando a Godot? 

Era un entramado distinto en todo al que el mítico cantante viviría en La Habana, donde toda la capital, como el mundo entero, fue enterado por los medios de la presencia del dios del rock mundial, quien acompañado por uno de sus hijos prefirió trasladarse a donde tocaba Bamboleo, la banda del “Yo no me parezco a nadie”, que asistir al Maxim Rock, el templo del rock habanero donde impacientes lo esperaban los rockeros de la ciudad que detestan la salsa, para proseguir posando con su camisa desabotonada, despejado, obsequiando autógrafos, como en febrero de 2006 en el Niuyorrican Café de San Juan, según el relato de Óscar Serrano: “Tras llegar a la isla el jueves por la noche con el resto de su banda, no perdió tiempo y se fue a janguear en el Viejo San Juan hasta la madrugada. Jagger, de 62 años, se paseó por las calles adoquinadas hasta parar en el Niuyorrican Café a eso de las 2:30 de la madrugada, se sentó en una mesita a la derecha de la tarima, saludó a los que se le acercaron, exhibiendo su ‘gran sonrisa libidinosa’, según una testigo. En un momento, y cuando los músicos en tarima tocaban un ritmo intenso de batucada, se quitó su camisa y rompió a bailar junto con el público veintiañero que usualmente abarrota el lugar, rodeado de muchachas tomó algunos tragos y hasta conversó con los que se aventuraron a sentarse en su mesa”. Performance que repitió, pero sin quitarse el camisón, en el Quiebra, donde permaneció casi dos horas, siendo “jaggerístico”, moviendo sus piernas, brazos y caderas al ritmo de las interminables descargas de Julio Gutiérrez, como cuando Watts le marca los golpes en los parches de la batería, "cuando se hace imposible despegar los ojos del hombre reptil del rock planetario".

Al día siguiente Jagger en su suite pasaba su resaca, cuando ya su fanaticada se aglomeraba una vez más al frente del hotel a esperar su salida y su saludo. A ella se sumaban los amigos de Ensuncho, quienes prevenidos intentaban confirmar el chisme, pese a que en el Centro Histórico es “natural” toparse con personalidades del “jet set”, temerosos a traspasar la inmediatez de los extramuros, los que Bianca sin complejo alguno hubiese superado. Pronto, la murmuración se transformó en confirmación, atravesada por la suspicacia y la “mamadera de gallo” tan afín a la idiosincrasia de los paisanos de García Márquez. Uno de los hinchas, sobresaltado hasta más no poder, exhibía un papel con algo escrito, un saludo junto a un autógrafo que según él había obtenido gracias a un empleado con acceso al aposento privado. Cuando los fans, tan sobrexcitados como aquel, revisaron lo escrito, ¡vaya sorpresa!, desembucharon, describe Ensuncho, con una caligrafía casi impecable, un: “Con mucho gusto, Juan Pérez”. Desde el más allá, Héctor Lavoe, el verdadero Juan Pérez, mediado por algún diablillo, le había jugado una de sus bromas al entusiasta de Sir Mick Jagger.

Transcurría ya el día tercero de la fecha que El Hombre Hicotea descubrió a Jagger, y desde aquella tarde que reveló, en una esquina, a algunos de sus colegas sentados alrededor de unas frías, con el Joe al fondo, a quien había visto en el Santa Clara. Fue entonces, cuando el corresponsal del diario más leído de la Costa, entre jodedera, un “déjame tranquilo” y "un tómalo con suavena", atinó a preguntar “en costeño”: ¡Eché! ¿Y quién carajos es Mick Jagger?


miércoles, 28 de octubre de 2015

¿CUAL ES LA TUSA CON LA SALSA CHOKE?

Fernando España


"Y no debemos asumir 
que los expertos son los únicos que tienen derecho 
a expresarse en las cuestiones que afectan 
a la organización de la sociedad."

Albert Einstein

La historia de la salsa en absoluto, como “género de géneros”, podrá relatarse sin incluir entre sus géneros a una formula musical y bailable surgida hacía 2008 en el suroccidente colombiano, entre Tumaco, bello puerto de mar en el pacifico nariñense, y los marginados barrios orientales de Cali, “la capital mundial de la salsa”, poblados por afrodescendientes provenientes del litoral en situación de extrema pobreza, alejados de sus ámbitos acuáticos naturales, con escasa formación educativa pero portando en su piel y alma un silvestre sentido musical, el legado de sus ancestros, quienes donde quiera que se han asentado, contra su voluntad en más de un territorio, por ejemplo: en Harlem, Kingston o La Habana, han generado esa serie histórica de sonidos identitarios que transforman alegrando a la humanidad. Cómo dice Jacobo Vélez, el director de la Mambanegra e ex integrante de La Mojarra Eléctrica: Cuando el barrio habla hay que parar oreja, porque lo que se viene es candela”.

Una forma, más rítmica que melódica, creada sobre la “yuxtaposición” del bajo con los golpes sobre la campana, el cencerro, el güiro y las cajas del timbal, capas sobre las que sobreponen palmas como si fuera el mismo boogaloo,  teclados entre salseros hasta “champetúos”, voces mucho más reiterativas que los responsoriales coros de la salsa clásica y un caos entre el que se cuela, en algunas piezas, los estimulantes ánimos de la marimba de chonta. Según su creador, Carlos José Castro, más conocido como CJ Castro, en palabras rescatadas por la periodista Paola Andrea Ariza, autora del reportaje “Como nació la salsa choke”, cuenta “que tomó herramientas de música para hacer reggaetón y hip hop, y trató de adaptarlas a lo que él quería. Pensé: ese sonidito del dembow, ritmo cercano al reggaetón, suena chévere, ¿por qué no utilizarlo en la clave de la salsa y vemos cómo suena? Así fui experimentando una cosa con otra y automáticamente me dio por meterle la melodía de Chichoky”.

Una forma que sus gestores han denominado Salsa Choke para ira de los salseros clásicos y los salseros académicos, “los mismos” quienes "abrieron los ojos y cerraron oídos" cuando empezó a programarse en las salsotecas y emisoras culturales a Juan Formell y Los Van Van, y años después a la timba, agrupación y formula que también han influenciado el proceso  salsachoquero aún en gestación, pues en las fiestas “salsachoqueras”, organizadas por los “salsachoqueros”, descendientes de salseros clásicos, son recurrentes.  Y "los mismos" quienes, en su momento, cuando llegó la salsa neoyorquina, fueron criticados por sus antecesores imbuidos en el mambo, el chachachá y la pachanga. Y a quienes sus padres a su vez señalaron por dejar en el pasado al danzón, el tango o el bolero. Según el musicólogo Ángel Perea: “Los artistas de la salsa choke no necesitan de aproximaciones condescendientes a su música, tampoco de la aprobación de los salseros tradicionales y mucho menos de los gurús de la academia salsera, que por lo general son intelectuales que ni siquiera saben bailar, que no han creado un solo paso de baile original en su vida”.

Una forma, que sin pedir permiso, ha creado una obra maravillosamente innovadora, de ruptura y punto de partida, como La Tusa, una suerte de boogaloo que relata fantásticamente, a coro de tribu, situaciones vividas en un vecindario de “la capital mundial de la salsa”, que bien podría ser un episodio de Maestra Vida, la opereta salsa que finalizando los setenta escribiera el gran Rubén Blades dándonos a conocer su concepto Focila, sigla que sintetiza “Folclor de Ciudad Latina”. Y que desde ya, por ella misma, “sin aproximaciones condescendientes” para atender a Perea, se enlista en tres narraciones: La primera, ahí, en el libro colombiano de la música popular junto a La pollera colorá, La casa en el aire, Pueblito viejo, La cucharita de Ráquira, Te vengo a cantar y El botón del pantalón. La segunda, entre los temas célebres de la salsa colombiana, aportante de numerosas piezas a la enciclopedia universal salsera como El preso, Cali pachanguero o La pantera mambo, de un género como el joesón, aceptado a regañadientes por los salseros “clásicos”, y de una manera “pacífica” de sentir la salsa como la exhalada por el Grupo Niche y por Guayacán Orquesta. Y la tercera, entre las obras a empezar a referenciar entre las paradigmáticas de la crónica de la música del "Caribe" urbano.

Hay que ver la felicidad que expresan los bailadores, animando la escena, cuando se programa La Tusa, mientras "los otros" con cara de Tomás de Torquemada alargan el semblante "entusado", sin percibir siquiera que la salsa continua nutriéndose en sus raíces.





jueves, 8 de octubre de 2015

GABRIELA Y EL SINO DE CARLOS ADOLFO

Fernando España



El arte nace del dolor,

y la música es un refugio...

Chiqui Tamayo


Gabriela fue la primera niña bogotana en bailar con Los Van Van en Bogotá, a no ser que durante el debut de la banda de Juan Formell en el Teatro Libre, el 31 de marzo de 1995, haya estado entre las asistentes, en cualquiera de las dos funciones que apoteósicas en esa fecha se realizaron, una menor como ella, quién, el jueves 9 de octubre de 1997, cuando gozaba de sus doce primaveras, fue invitada por Pedrito Calvo a integrarse a la delantera, junto a Mayito, durante un par de temas. Consecuencia de la amistad surgida en horas de la tarde caminando el centro de la ciudad. Y debido a que yo sería el presentador del concierto en el Palacio de los Deportes, por invitación de Carlos Adolfo González, quién tras bambalinas pasaría una angustia semejante a la padecida por el suicida antes de acometer su acto terminal, pues las cifras no alcanzaban para cancelarle a Américo Miranda su osadía de traer a Juan Formell, y su muchachada, sin solicitar un adelanto a los 6.000 dólares por la actuación de la orquesta que representaba, creyendo sólo en la palabra del director de la Corporación Nuevo Milenio, brazo derecho de Casa de Citas.

Para 1997 eran contadas “con los dedos” las personas que conocían a Los Van Van, pese a que los inventores del songo cumplían veintiocho años de existencia, y a que salsotecas como Salomé Pagana y Sonfonía, y emisoras como Javeriana Estéreo y U.N. Radio, los programaban con cierta regularidad. Y a que obras como Por encima del nivel, rebautizado Sandunguera por los bailadores, y Aquí el que baila gana, eran “himnos” junto a clásicos del son como salseros. Quizá, por este motivo, Carlos Adolfo se la volvió a jugar, tal como entre 1994 y 1995 había producido el álbum Privilegio de Edy Martínez, disponiendo de las cesantías de sus trece años como empleado del Banco Popular. Ahora, en 1997, para alquilar el Palacio de los Deportes, adquirir los pasajes de ida y vuelta, solventar el hospedaje en el Hotel Bacatá, sufragar la promoción en medios y prensa y cubrir el montaje en general, vendió el apartamento, el patrimonio de su familia. Una sinverguenzura que le costó más de un jalón de orejas de su esposa Luz Mery Ujueta, madre de sus dos hijas, las hermanas mayores de Emiliano y contemporáneas de Gabriela, quién por entonces era la fanática vanvanera número uno en Colombia.

Era tal el apasionamiento de Gabriela por Los Van Van que a diario, una vez llegaba del colegio, ponía sus discos en el equipo de sonido, los mismos cortes, más otros, que escuchaba los fines de semana en Sonfonía, cuyo local quedaba debajo de nuestro apartamento. Era tanto su entusiasmo, que una vez enterada que vendrían a Bogotá, me pidió conocer sus ídolos. Lo que yo no sabía era que mi hado me tenía reservado un honor, ser invitado por Carlos Adolfo a ser el presentador del evento, facilitando el deseo de mi hija, quién desde el miércoles, muy temprano, se preparó para no asistir al colegio, y si acudir conmigo al hotel, Una vez allí hallamos sentado en la sala de recepción a Pedrito Calvo, a quién saludamos, dándole la bienvenida a Bogotá, contándole de nuestro gusto por Los Van Van, y aprovechando para informarle que yo sería el presentador. Amigados decidimos salir a caminar, no sin antes invitarlo a almorzar. Nos expresó que quería probar comida criolla. Se me ocurrió invitarlo a un estrecho restaurante de comida del Pacifico ubicado en el barrio La Candelaria, asistido por mí con cierta frecuencia. Emprendiendo marcha saludamos a Gary Domínguez, deseoso de conversar con Américo. Quería llevar a la Feria de Cali a Los Van Van. Una vez afuera, ya en la Avenida 19, enrumbamos hacia el restaurante, donde presentamos a Pedrito a los dueños y comensales, en su mayoría afrodescendientes, extrañados de quién podría ser ese watusi con tremendo bigote, cercano al metro noventa de estatura, atada su cabeza a una pañoleta roja, como la lucida por los piratas en las películas sobre el Caribe, bajo un sombrero claro, y ataviado con camisa amarilla y pantalón azul, y para más curiosidad, acompañado de una niña “blanca” y un hombre “blanco”, cachacos en apariencia y disonantes de cara a su excéntrica figura.

Ubicados en el primer piso, menos angosto que el “mezzanine”, conversamos sobre todo y de todo, en particular de la deliciosa comida de mar que disfrutábamos. Almorzados proseguimos nuestra caminata motivada por la confianza generada por la comida. Ante el buen número de vehículos que transitaban las vías del Centro, Pedrito le reveló a Gabriela que en La Habana tenía un automóvil descapotado que era muy famoso, debido a que sobre el sobrescribía el nombre del tema suyo que estaba de moda. Imaginé a los miembros del Sexteto Boloña recorriendo la carrera Séptima en los años veinte. Alcanzamos San Diego. Cerca estaba la oficina de la Corporación Nuevo Milenio. Nos dirigimos hacia allá, pero cuando íngresábamos al edificio manifestó que él prefería seguir conociendo la ciudad. Sin saber “cómo y cuándo” caminábamos las vías de los tradicionales barrios Teusaquillo, La Soledad y Palermo, encontrándonos casualmente frente al edificio donde residía Alberto Littfack. Quizá, por el cansancio, eran casi las cuatro de la tarde, acordamos timbrar al apartamento del matrimonio propietario de Galería Café Libro, no sin antes revelarle quién podría ser el anfitrión en caso de encontrarse. Una mujer se asomó a la ventana, a quién hicimos saber quiénes éramos. Un segundo después Alberto se apareció tras el vidrio. Creo que para confirmar. La puerta se abrió, y seguimos para ascender al segundo piso. Saludamos a Los Monos, relacionándolos con Pedrito, quienes nos invitaron a continuar a su sala, en cuyas paredes estaban colocados un buen número de cuadros de reconocidos pintores colombianos como Saturnino Ramírez, cliente también de Sonfonía, cuya obra “billarista” fue durante un rato objeto de la conversa.

Allí permanecimos casi cuatro horas, mientras al fondo se escuchaba la música programada por Javeriana Estéreo, interrumpida ocasionalmente por las cuñas de la Corporación Nuevo Milenio que invitaban al concierto de Los Van Van. Aproveche para llamar a Carlos Adolfo para preguntarle sobre alguna novedad. Preocupado me reveló que la venta de boletería en los Almacenes La Música era escasa. Qué colaborará llamando a los amigos en las emisoras para que ayudaran con cualquier nota o entrevista pese a haberse realizado la conferencia de prensa el día anterior. Asunto que emprendí telefoneando a los periodistas conocidos que pudieran auxiliar con urgencia. Valga contar que para esa época, aún no estaba masificado el uso de la telefonía móvil. Ya, sobre el momento de salir, requerimos un taxi para dirigirnos al hotel, donde dejamos a Pedrito. Allí nos encontramos una vez más con Gary, con quién nos trasladamos a Chapinero. El caleño con rumbo a Raza Latina, su taberna, y nosotros a nuestro apartamento para descansar, donde nos esperaba Miriam, mi pareja, habanera de nacimiento. Ansiosos nos acostamos, esperando la llegada del jueves que veríamos en vivo y en directo a Juan Formell y Los Van Van, la banda que paulatinamente desplazaba a la Sonora Ponceña en el gusto de los asistentes a Sonfonía.

Aquel 9 de octubre, Gabriela tampoco asistió al colegio, quedándose con Miriam para más tarde juntas arribar al Palacio de los Deportes, pues Carlos Adolfo me había encargado que estuviera temprano para acompañar el montaje iniciado el día anterior, siendo testigo de cómo una mezcla de ansiedad y esperanza hacía mella en la melómana fantasía de mi amigo, un convencido en actualizar a los bogotanos en la nueva música cubana, en especial a los salseros, enclaustrados en la vieja guardia cubana como anclados en la salsas neoyorquina y portorriqueña. Entreveía a Fitzcarraldo escuchando la voz de Caruso emitida desde un fonógrafo sobre el techo del vapor, navegando aguas arriba el Rio Ucayali, obsesivo por construir un teatro como la Scala de Milán en plena selva, para así atraer a las mejores voces del bel canto, costará lo que costará, incluso transportando un barco completico por encima de aquella colina que a manera de istmo, incomunica a los ríos Madre de Dios y Beni. Alguna vez, escuchando a la Fania All Stars, Gabriela me espetó: “¿Papá porqué aún escuchas esa música para viejos?” Atónito yo, en mis treinta, nunca había considerado que las sonoridades de mis idolatradas Estrellas fuera cosa de viejos, pues los sentía como contemporáneos. En realidad, las promocionadas producciones de Fania Records eran simultáneas con la existencia de Los Van Van, sólo que favorecidas por el bloqueo comercial al que Estados Unidos había sometido a Cuba desde los sesenta, impidiendo que conociéramos a tiempo, cada año, cada nuevo álbum de la revolucionaria agrupación. Ahí, la razón de la percepción enquistado en nuestra conciencia. A Gabriela, los artistas de Fania le parecían de la época dorada de la Sonora Matancera, de los tiempos de su abuelo, mi papá, en cambio Los Van Van los percibía como suyos, de su generación.

Al llegar la noche, Carlos Adolfo en el Palacio de los Deportes daba muestras de su agitación. “¡Oh Zeus! ¿Cuáles son tus planes para conmigo?, recuerda que dijo Esquilo. Afuera del escenario deportivo se veía poca asistencia, la venta en los Almacenes La Música era fatal y el recaudo en las taquillas era crítico. Cada segundo operaba sobre nuestro amigo como aquella gota de agua fría golpeando la frente del reo puesto boca arriba. Impotente, estaba a punto de un paro cardíaco. Iba y venía entre las sillas, las taquillas, los camerinos y la tarima, relatándome de todo cuanto pasaba. La orquesta de Juancho Torres tocaba sus porros abriendo el concierto. “Sino se completa la plata, Américo no deja iniciar a Los Van Van”, me manifestaba cada rato. Para rematar, Gary informaba que Formell la pasaba mal, indigesto, secuela de un ajiaco. Gabriela ya estaba conmigo. Miriam momentos antes la había pasado superando la valla que separaba al público. Una vez  arriba, en verdad el Palacio de los Deportes se veía vacío, se  sentía frío. Silbidos se oyeron provenientes de vanvaneros impacientes con la superorquesta del músico cordobés, quién en Londres amistó con Phil Collins mientras trabajaba como mesero en un restaurante. Nuevamente Carlos Adolfo pasó apresurado destino a la improvisada oficina donde se encontraba Américo. Seguro portaba otros 200.000 pesos. Pedrito conversaba con Gabriela, quién lucía un vestido verde pleno en flores grabadas. Y nuevamente Carlos Adolfo desfiló corriendo hacia la taquilla siendo milagrosamente consultado por Ricardo Polo con su acento costeño: “¿Carlos, hay boletas aún o las compró a los revendedores?” “¡Ricardo, por favor, no me vayas a hacer ese daño!”, dizque le imploró con algo de regaño. “Necesito efectivo para acabar de cancelar los 6.000 dólares, de lo contrario Américo no deja iniciar a Los Van Van”. Ricardo compraría cuatro boletas, empezando una campaña para que los escasos asistentes aún sin ingresar, adquirieran las boletas de 15, 20 y 25 mil pesos aún en oferta, salvando en parte el concierto que apenas alcanzaría los mil espectadores, entre los que reconocí a numerosos clientes de Sonfonía.

Con el dinero recaudado en las taquillas del Palacio de los Deportes, finalmente Carlos Adolfo, el quijote que puso a Chucho Valdés a empujar por las céntricas calles bogotanas su destartalado Lada modelo 92, atravesó veloz con los doscientos mil pesos que hacían falta para completar el pago a Américo. “Chico, con el dinero de mis dos conciertos te vas a comprar un BMW último modelo”, le había quizá profetizado el pianista en mayo de aquel mismo año sudando la” gota gorda”, mientras empujaba ese vetusto automotor venido de la antigua Cortina de Hierro. El semblante del papá de Ana María y Laura era otro ahora. La actuación de Los Van Van era realidad, superando al trauma ocasionado en la víspera del primer Salsa al Parque, cuando fueron reemplazados en ese mismo año por la Orquesta Original de Manzanillo, temporalmente radicada en la capital. “Y pensar que tuve que ir hasta Cienfuegos para negociar con Américo”, me confesó Carlos Adolfo, quién dos años después, el 18 de noviembre de 1999, volvería a padecer la inexorabilidad de su sino vanvanero, esta vez en un colmado Teatro Jorge Eliécer Gaitán, donde el alborozo duró apenas dos minutos, pues la energía se fue de uno de los principales escenarios de Colombia, un transformador se había quemado en la calle, para volver dos horas después, cuando ya no quedaba sino un solo espectador: Crisipo de Soli.





lunes, 28 de septiembre de 2015

FANIA, DE LAVOE A CLAUSELL, UN NUEVO SHOCK

Fernando España



En 1970 el escritor futurista Alvin Toffler presentó al mundo su libro Future Shock, traducido al español como El shock del futuro, en el que planteaba como el ser humano padecería una nueva angustia debido al paso acelerado de la humanidad de una sociedad industrial a una era superindustrial, y posteriormente a una post-industrial. ¿La misma post-modernidad que en 1979 propusiera el filósofo Jean-François Lyotard en su texto La condición posmoderna? Consecuencia de los continuos cambios tecnológicos y a la sobrecarga informativa liberada por los mismo, sometiendo al individuo, y a las comunidades, públicas y privadas, a un estrés intenso sin entender el porqué de “tantos cambios en tan breve tiempo”.

Desde entonces, medio siglo atrás quizá, muchas cosas han pasado en el planeta Tierra, empezando por los viajes a la luna, y continuando con los poderosos conciertos en Nueva York que la Fania All Stars, dirigida por Johnny Pacheco, tocó en 1971 y 1973. El primero: el 26  de agosto en el Cheetah, y el segundo: el 24 de un mismo mes en el otrora Yankee Stadium. Y terminando, si es que terminan, por la insospechada existencia de internet, y el Tributo a Fania organizado el sábado 24 del verano neoyorquino (de 2014) en el Central Park, como programa del Festival Summerstage, por las “nuevas” Estrellas de Fania, la Armada Fania, conformada por un elenco de DJs y remixers encabezados por Joe Clausell, Bobbito García y Los Barones del Whisky, quienes combinaron sus sesiones y set girando sobre los audios clásicos y las pastas originales de Celia Cruz, Rubén Blades, Héctor Lavoe, Ismael Miranda, Ray Barreto, Mongo Santamaría y el resto de “estrellas de carne  y hueso” de la era industrial de Fania Records, “el sello editorial que le dio a la música latina un perfil y un orgullo que nunca había logrado en este país”, en palabras del crítico Jim Farber del Daily News.

En un principio, los “nuevos” dueños y directivos de Fania para empalmar las dos épocas, y celebrar los cincuenta años de lanzamiento (?) de la compañía fundada por Pacheco y Masucci, habían previsto un “show” de puente con la reunión de los sobrevivientes de la entrañable banda, como el propio Pacheco, Larry Harlow e Ismael Miranda, y los Djs y mixers de quienes han publicado sus remixes en álbumes, como África Caribe de Claussell. La iniciativa original se frustró debido a los compromisos y horarios de los “viejos”. “Las Estrellas no se alinean”, declaró con cierto sarcasmo Michael Rucker, el director de mercadeo de la compañía, a Farber, periodista perteneciente a la generación de cronistas que escriben sobre el actual Nueva York sonoro erigido sobre las sonoridades de los setentas, recordadas por Will Hermes en su libro Love Goes to Buildings on Fire: Five Years in New York That Changed Music Forever, publicado en 2012.

Desde entonces, mucha agua del Rio Hudson ha pasado bajo los puentes que unen a Manhattan con el continente, desde cuando se filmó Nuestra Cosa Latina en el Cheetah y desde cuando “los latinos creyeron alcanzar las estrellas” en aquel frustrado concierto en el desaparecido estadio de los Yankees, “el evento que demostró el poder comercial y cultural de la salsa”, y que fuera interrumpido por los espectadores, en su “gran” mayoría inmigrantes latinoamericanos, emocionados de ver a los suyos triunfantes en el máximo símbolo arquitectónico del deporte estadounidense, saltando las cercas, abordando la grama, para desde allí tomarse el escenario, donde "los suyos" tocaban bajo la batuta de Pacheco. Entonces era cuando “los músicos se alimentaban de la energía del público", según Rucker.

Hoy, en los tiempos de la revolución EDM causada por la "nueva ola" de los Djs, la magia es otra, y reside en la turbulencia de las mezclas, la extracción de samplers y la reiteración de los bits, y todo un montaje audiovisual, tanto adelante del pinchadiscos como a sus espaldas. Consecuente, la Nueva Fania, sabedora que la industria sonora en absoluto se puede reducir a lo digital y el botoneo, se ha hecho a bandas como la californiana Boogaloo Assassins, confirmándose que hasta La bogotana 33 es prospecto sobre los escritorios de Código Music, propietaria de la marca, con el fin de anexarla a Fania. Un catálogo supuestamente fundamentado en las ideas de Arsenio Rodríguez, el formidable músico cubano que un sector de la salsa estima como “el padre de la salsa”.

Sugerencia paternal, la atribución a Arsenio, que ante el “cuestionamiento de todo” que la postmodernidad propone, podría ser hasta reconsiderada, insinuando que hasta un insospechado Thomas Alva Edison podría serlo. Si, el inventor, quién contribuyó a darle a la humanidad los matices tecnológicos que hoy goza, pese al fracaso de la modernidad, a juicio de los discípulos de Lyotard, en su intento por lograr la emancipación de los seres humanos. Sin embargo, ¿que hubiese sido de nosotros, los salseros, perdonen el reduccionismo, sin la electricidad, el fonógrafo, la música grabada o el cine? El son sería aún montuno oriental, Échale salsita nunca hubiera sido grabado, Fania nunca hubiera sido creada, Nuestra Cosa Latina en absoluto hubiese sido rodada y Lavoe sería un perfecto desconocido. Conjetura que por ahora, permítanme anunciarles, será materia de un libro próximo a publicar. 

Aún así, y pese a todo, pareciera éste artículo como pasado de moda de cara a la avalancha diaria de información que internet provee, sin embargo esto apenas está comenzando. A un año del Armada Fania at Summerstage a Dj Tribute To Fania, quizá sea muy temprano para echar voladores y elevar cometas. En verdad, no hay nada que celebrar, pero nuevos tiempos soplan. O ¿acaso no escribimos a borbotones sobre hechos sonoros sucedidos hace más de medio siglo, suponiéndose que la Tierra se hubiese detenido y que "todo tiempo pasado fue mejor"?

La percepción del tiempo es también sustancia de la angustia existencial, el shock eterno. 






jueves, 16 de julio de 2015

SALSZBURGO SE ESCRIBE CON S DE SONFONIA

Fernando España



Este número queremos dedicarlo
a los que han sido y serán
los grandes del son:
Tito Gómez, Miguelito Cuní,
Félix Chapottin, Arsenio Rodríguez,
Roberto Faz y Beny Moré,
ellos con su trabajo, han hecho posible,
la realización de ésta modesta obra, 
para ellos: 'Son para un sonero'".

Adalberto Álvarez

Mientras los bogotanos celebrábamos nuestra fiesta de la música, que este año estuvo dedicada a Mozart, el genio nacido en Salzburgo, el puerto austriaco a orilla del río Salzach, cuyo nombre, "ciudad de la sal", proviene del impuesto que en el siglo VIII los barqueros tributaban por el acarreo del condimento, en un lugar de la capital se reunía un combo parental para proyectar Salszburgo, con el fin de agregarle una pizca más de sazón al ajiaco santafereño. Un sitio que evocara a Sonfonía, la otrora, emergida una noche de 1985, tras varias lunas de sones, rones y danzones en La Ratonera de Fabio Rubiano, y tras prestar atención al quintaesencial Son para un sonero, abriéndose entonces dentro de un sótano amurallado en ladrillos del Chapinero "underground", sector venido a menos a causa de una abominable troncal proyectada por un burgomaestre de corta visión.

Son para un sonero, el verdadero inspirador de la usurpada palabreja, es una sinfonía tropical de Adalberto Álvarez, que para el mundillo salsómano significa tanto como la Sinfonía número 40 en sol menor, opus 550 para el universo de radioescuchas de la HJCK, ahora en internet, haciéndose himno de los sonfónicos, quienes, con un pie en el día por concluir, durante el ecuador nocturnal, inmediatos prolongaban el par para posarlo en la fecha por iniciar, que era programado, con precisión suiza, en el gran picó incrustado en plena pista de baile, a "dos metros bajo tierra", y cuya atmósfera inspiró en parte a Mario Morales a escribir su novela post-vanguardista, exuberante en hojas humedecidas en aguas ardientes y colgantes de cuerdas atadas, como prendas en solar, a las columnas de un templo naufrago erigido al orisha Neptuno en las aguas de la mar antillana. 

Para entonces ya se sabía de Chepe, amigo desde La Ratonera, cuando adorábamos a Silvio, Pablo, Serrat y Buarque, cuando Olímpica Estéreo se apeaba en la capital con su dejo Caribe, "se metió" vociferaba un locutor suyo, para continuar calentando la urbe que el "Viejo Mike", "quillero" como la advenediza emisora, empezó, cuando existían La Gran Gaite y Mozambique, introductoras "del caos que ordena Cachao cabalgando sobre su contrabajo", en palabras de Cabrera Infante. Sonfonía retorna a un año del cierre de Salomé Pagana, "a César lo que es del Cesar", y a contados meses de Chepe irse con su maravillosa selección salsera a otra parte, a un "sonterráneo" en la calle 19, en la vecindad del Quiebra, y a tan sólo cien pasos del andén sur donde los "boyacos" vendían los vinilos importados en los compartimentos de los "pullman" de Berlinas del Fonce remitidos desde Caracas. Y también regresa, por aquella inesperada lágrima que Nicolás Montero causó en la mejilla de Pilar tras evocarla en el programa Banda sonora de Caracol Radio.

Vuelve Sonfonía en cuerpo de Salszburgo, para remontar su inconclusa crónica sobre las ruinas del Odeón que fuera Son Salomé, para reivindicar a sus irredentos súbditos, aquellos quienes cada fin de semana se encontraban en la calle 58, abajito de la quince, para en gallada "hacerle el amor a la salsa", y a quienes los sábados se juntaban El Flaco, Salsita, Perea, Dago, Bayona, Carriazo, Vásquez y Lara, provenientes de la Emisora de la Universidad Nacional, donde realizábamos De Rumba, parodia radiofónica que nombré Salszburgo, con la s antes de la z, "pa´ ponerle más sal" a "nuestra cosa bogotana", que en buen castellano traduce ciudad de la salsa. 

Y como pregonó Pedrito, abriendo la fiesta, aquel de Los Van Van:

"Si no trajiste tus lentes oscuros
seguro no vas a ver amanecer
y no veras el final de esta fiesta
que pena, revísate, regístrate..."




Enlace a Salszburgo
Fotografía por Luis López


CINEMATECA : ENSAYO DE ORQUESTA by FEDERICO FELLINI